Mediación con Mayores: un medio para alzar su voz.

Un día cualquiera, en la sala de espera de una consulta médica me puse hablar con una señora que se encontraba sentada a mi lado (no puedo estar mucho rato callada). Me preguntó cuál era mi profesión, le respondí que era mediadora y acto seguido me pregunto “¿media qué…?” Esta es la pregunta que a todos aquellos que nos dedicamos a la mediación nos produce gran desasosiego.

Bien… Le expliqué qué era un mediador y en qué consistía la mediación, también algunos de los conflictos más comunes que solemos tratar. Cuando le mencioné los conflictos familiares relacionados con las personas mayores, casi no me dio tiempo ni a terminar la frase, empezó a llorar…  Me callé durante algunos segundos y le pregunté si le apetecía contármelo. La señora me miró fijamente y comenzó a hablar de su problema.

Me comentó que su madre vivía con una hermana con la que hacía años que no se hablaba y que, por tanto, no podía ver a su madre con frecuencia, sólo hablar por teléfono con ella. La hermana nunca le había prohibido que fuese a su casa para ver a su madre pero cuando iba (en contadas ocasiones como cumpleaños o navidades) siempre terminaba discutiendo con ella. Entonces su madre, le decía que no fuese a visitarla; no quería verlas discutir, no podía soportarlo y su salud se resentía cada vez que presenciaba alguna discusión. Además, su movilidad era muy reducida, con lo cual no podía salir de casa sola para verla en otro lugar.

Me preguntó si podría ayudarla y le contesté que podríamos intentarlo. Me puse en contacto con ellas para informarles sobre el proceso de mediación, aunque la hermana rehusó  iniciarlo. Sin embargo,  lo que quiero destacar en este artículo no son las vicisitudes de nuestro trabajo como mediadores sino la actitud de la madre; cuando le di toda la  información por teléfono, la señora se emocionó mucho con la idea de poder hablar con sus hijas e intentar que ellas se volviesen a comunicar en un espacio de diálogo, sin insultos, sin gritos, etc. Quería contarme todo lo que había ocurrido, yo intentaba con mucha dificultad decirle que era mejor que me lo contase cuando nos viéramos pero me resultó imposible… empezó a hablar y no paraba, necesitaba desahogarse y la dejé continuar.

Era una señora con una voz muy dulce y tranquila, y su capacidad para razonar y explicar la situación me dejó sorprendida. La señora rondaba los 90 años y a esa edad, por lo general, les suele costar mantener el hilo argumental de la historia y la capacidad de análisis de la situación también se complica, pero no en este caso. Tenía muy claro qué había ocurrido y que si se sentaban a hablar “tranquilamente” podrían solucionarlo. Entonces ¿por qué no se sentó y hablo con sus dos hijas? Supongo que os estaréis haciendo esa pregunta ¿verdad?

Eso mismo le pregunté y su contestación fue algo que hizo que me brotaran lágrimas en los ojos. Me dijo que desde hacía muchos años su opinión no contaba para nada. “Soy muy mayor y ya no entiendo de nada, ni sirvo para nada. Nadie me escucha”.

Desgraciadamente, esta visión de uno mismo es la que sienten muchos de nuestros mayores hoy en día y ese sentimiento les impide hablar libremente, provocando mucho sufrimiento. Si la mediación sirve para dar voz a este colectivo de personas o no, lo dejo a la opinión de cada uno de los lectores pero, en mi opinión, vale la pena intentarlo, ¿no creen?

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